Conferencias Sobre calvinismo:
https://youtu.be/fcQefYGcWOI?si=BapTx3gEHjcIfvBp
EL
calvinismo como cosmovisión – Parte II
Abraham
Kuyper
Sumérgete en las
inspiradoras palabras de Abraham Kuyper mientras descubres los pilares del
calvinismo en la segunda parte de su icónica serie de conferencias en el
Seminario Teológico de Princeton.
Esta sección explora el
calvinismo influye en nuestras relaciones primordiales:
·
El
calvinismo y la relación con Dios
·
El
calvinismo y la relación del hombre con el hombre
·
El
calvinismo y la relación con el mundo.
El calvinismo y la relación con Dios
Los intereses supremos
están en juego aquí; por tanto, no podemos aceptar sin una prueba más positiva,
el hecho de que el calvinismo realmente nos provea con una tal unidad de la
cosmovisión; y pedimos pruebas de que el calvinismo no es un fenómeno parcial,
ni era un fenómeno tan solo temporal, sino que es un sistema tan extenso de
principios, que, con sus raíces en el pasado, es capaz de fortalecernos en el
presente y llenarnos con confianza para el futuro.
Por tanto, tenemos que
preguntar primero cuáles son las condiciones requeridas para una cosmovisión
tan general, como el paganismo, el islamismo, el romanismo y el modernismo; y
después demostrar que el calvinismo realmente cumple estas condiciones. Estas
condiciones demandan en primer lugar, que desde un principio especial se
obtenga un conocimiento particular en cuanto a las tres relaciones
fundamentales de la vida humana, o sea, (1) nuestra relación con Dios, (2)
nuestra relación con el hombre, y (3) nuestra relación con el mundo.
Entonces, la primera
condición demanda que un tal sistema de la vida encuentre su punto de partida
en una interpretación especial de nuestra relación con Dios. Esto no es por
casualidad, sino imperativo. Si una tal acción debe poner su sello sobre nuestra
vida entera, entonces tiene que partir desde aquel punto en nuestra conciencia
donde nuestra vida todavía no es dividida, sino consiste en una unidad, – no en
las ramas que se extienden, sino en la raíz de la cual brotan las ramas. Este
punto, por supuesto, se encuentra en la antítesis entre todo lo que es finito
en nuestra vida humana, y lo infinito que se encuentra más allá de ella.
Solamente allí encontramos la fuente común, de la cual surgen y se separan los
diferentes ríos de nuestra vida humana. Personalmente es nuestra experiencia
repetida que, en las profundidades de nuestro corazón, donde nos mostramos
abiertamente ante el Eterno, todos los rayos de nuestra vida convergen como en
un solo foco; y solamente allí adquieren nuevamente esta armonía que perdemos
con tanta frecuencia y tan dolorosamente en el afán de los deberes diarios. En
la oración está no solamente nuestra unión con Dios, sino también la unidad de
nuestra vida personal. Por tanto, aquellos movimientos históricos que no surgen
de esta fuente más profunda, son siempre parciales y pasajeros; y solamente
aquellos hechos históricos que surgieron de estas profundidades de la
existencia personal del hombre, abarcan lo entero de la vida y tienen la
permanencia requerida.
Esto era el caso en el
paganismo, cuya forma más general se conoce por el hecho de que asume y adora a
Dios en la criatura. Esto se aplica al animismo más primitivo, como también al
budismo más desarrollado. El paganismo no se eleva hasta el concepto de un Dios
que existe de manera independiente más allá y por encima de la criatura. Pero
incluso en esta forma imperfecta, su punto de partida es una interpretación
definida de la relación entre lo infinito y lo finito; y de allí obtiene su
poder para producir una forma acabada para la sociedad humana. Simplemente
porque posee este punto de partida significante, fue capaz de producir una
forma propia para la vida humana entera.
Lo mismo se aplica al
islamismo, el cual se caracteriza por su ideal puramente anti-pagano, cortando
todo contacto entre la criatura y Dios. Mahoma y el Corán son los nombres
históricos, pero en su naturaleza la Media Luna es la única antítesis absoluta contra
el paganismo. El islam aísla a Dios de la criatura, para evitar toda mezcla
entre Dios y la criatura. Como un antípoda, el islam posee una tendencia
igualmente extensa, y fue también capaz de originar un mundo de vida humana
completamente peculiar. Lo mismo es el caso en el romanismo. Allí también, la
tiara papal, la jerarquía, la misa, etc., son nada más que el resultado de un
solo pensamiento fundamental: que Dios entra en una relación con la criatura
por medio de un enlace místico, el cual es la Iglesia – no en el sentido de un
organismo místico, sino como una institución visible, palpable, y tangible.
Allí la Iglesia se encuentra entre Dios y el mundo, y hasta donde fue capaz de
adoptar el mundo e inspirarlo, el romanismo también creó una forma propia para
la sociedad humana.
Y ahora, al lado de y en
oposición contra estos tres, el calvinismo asume su posición con un pensamiento
fundamental que es igualmente profundo. No busca a Dios en la criatura, como el
paganismo; ni aísla a Dios de la criatura, como el islamismo; ni interpone una
comunión mediata entre Dios y la criatura, como lo hace el romanismo; sino
proclama el pensamiento exaltado que Dios, aunque se encuentra en su majestad
muy por encima de la criatura, entra en una relación inmediata con la criatura,
bajo la forma de Dios el Espíritu Santo. Este es incluso el corazón y núcleo de
la confesión calvinista de la predestinación. Hay comunión con Dios, pero
solamente en entero acuerdo con su decreto de paz desde toda la eternidad.
Entonces no hay ninguna gracia aparte de aquella que nos llega inmediatamente
desde Dios.
En cada momento de
nuestra existencia, nuestra vida espiritual entera descansa en Dios mismo. El
«Deo Soli Gloria» no era el punto de partida, sino el resultado; y la
predestinación fue mantenida inexorablemente, no para separar al hombre del hombre,
ni en el interés de un orgullo personal, sino para garantizarnos desde la
eternidad hasta la eternidad una comunión directa e inmediata con el Dios
Viviente. Por tanto, la oposición contra Roma se dirigió con el calvinista
primeramente contra una iglesia que se interpuso a sí misma entre el alma y
Dios. La iglesia no consistía en un oficio, ni en una institución
independiente: los creyentes mismos eran la iglesia, en cuanto por fe estaban
en comunión con el Todopoderoso.
Entonces, como en el
paganismo, el islamismo y el romanismo, encontramos también en el calvinismo
esta interpretación propia, definida, de la relación fundamental entre el
hombre y Dios, que se requiere como primera condición para una verdadera
cosmovisión.
Por mientras voy a
anticipar dos objeciones. En primer lugar, uno podría preguntar si no estoy
reclamando honores por el calvinismo que pertenecen al protestantismo en
general. Mi respuesta es negativa. Cuando reclamo para el calvinismo el honor
de haber restablecido la comunión directa con Dios, no estoy subestimando el
significado general del protestantismo. En el dominio protestante, en el
sentido histórico, solo el luteranismo está al lado del calvinismo. No quiero
quedarme detrás de nadie en mis alabanzas de la iniciativa heroica de Lutero.
Fue en su corazón, más que en el corazón de Calvino, donde se peleó el
conflicto amargo que llevó a la brecha histórica. Lutero puede ser interpretado
sin Calvino, pero no Calvino sin Lutero. En gran medida, Calvino entró en la
cosecha de lo que el héroe de Wittenberg había sembrado. Pero cuando se hace la
pregunta: ¿Quién tuvo el entendimiento más claro del principio reformador, lo
elaboró más completamente y lo aplicó de la manera más extensa? – entonces la
historia señala al pensador de Ginebra y no al héroe de Wittenberg. Tanto
Lutero como Calvino lucharon por una comunión directa con Dios; pero Lutero lo
tomó del lado subjetivo, antropológico, y no del lado objetivo, cosmológico,
como lo hizo Calvino. El punto de partida de Lutero fue el principio
especial-soteriológico de la fe que justifica; mientras el principio mucho más
extenso de Calvino estuvo en el principio general cosmológico de la soberanía
de Dios. Como resultado natural de ello, Lutero también siguió considerando a
la iglesia como el «maestro» representativo y autoritativo que se
interponía entre Dios y el creyente; mientras Calvino era el primero que
buscaba la iglesia en los creyentes mismos. Hasta donde podía, Lutero seguía
apoyándose en el punto de vista romano acerca de los sacramentos, y en el culto
romano; mientras Calvino era el primero en dibujar la línea que se extiende
inmediatamente de Dios al hombre, y del hombre a Dios. Además, en todos los
países luteranos, la Reforma se originó desde los príncipes y no desde el
pueblo, y por tanto pasó debajo del poder del magistrado, el cual asumió su
posición oficial en la iglesia como su sumo obispo, y por tanto fue incapaz de
cambiar la vida social o política de acuerdo con su principio. El luteranismo
se restringió a sí mismo a un carácter exclusivamente eclesiástico y teológico,
mientras el calvinismo puso su sello dentro y fuera de la iglesia sobre todo
departamento de la vida humana. Por tanto, en ninguna parte se habla del
luteranismo como el creador de una forma peculiar de vida; aún el nombre de
«luteranismo» se menciona casi nunca; mientras los estudiantes de
historia reconocen con una unanimidad creciente al calvinismo como el creador
de un mundo enteramente propio de vida humana.
La segunda objeción es
esta: Si es cierto que cada forma general del desarrollo de la vida tiene que
tener su punto de partida en una interpretación particular de nuestra relación
con Dios – ¿entonces cómo explicamos que el modernismo también llevó a un tal
concepto general, aunque se originó en la Revolución Francesa, la cual por
principio rompió con toda religión? – La pregunta se responde a sí misma. Si
excluimos de nuestros conceptos todo reconocimiento del Dios Viviente, como lo
implica el grito «Ningún dios ni maestro», ciertamente llevamos al
frente una interpretación propia y claramente definida de nuestra relación con
Dios. Un gobierno que retira a su embajador y rompe toda comunión regular con
algún otro país, declara con ello que su relación con el gobierno de este país
es tensa, lo que generalmente desemboca en una guerra.
Este es el caso aquí.
Los líderes de la Revolución Francesa, al no conocer ninguna relación con Dios
excepto aquella que existía por la mediación de la iglesia romana, aniquilaron
toda relación con Dios porque quisieron aniquilar el poder de la iglesia; y
como resultado declararon la guerra a toda confesión religiosa. Pero esto, por
supuesto, implica una interpretación fundamental y especial de nuestra relación
con Dios. Esta era la declaración que desde ahora Dios era considerado como un
poder hostil, o incluso como muerto, aunque todavía no para el corazón, pero
por lo menos para el Estado, para la sociedad y para la ciencia. De cierto, al
pasar de Francia a Alemania, el modernismo no se pudo contentar con una mera
negación; el resultado demuestra como desde aquel momento se vistió o de
panteísmo o de agnosticismo; pero bajo cualquiera de estos disfraces mantuvo la
expulsión de Dios de la vida práctica y teorética, y su enemistad contra el
Dios Trino siguió su curso.
Por tanto, mantengo que
la interpretación de nuestra relación con Dios es lo que domina cada
cosmovisión general, y que para nosotros este concepto es dado en el
calvinismo, gracias a su interpretación fundamental de una comunión inmediata
de Dios con el hombre y del hombre con Dios. A esto añado que el calvinismo
nunca inventó ni concibió esta interpretación fundamental, sino que Dios mismo
la implantó en los corazones de sus héroes y sus heraldos. No nos enfrentamos
aquí con el producto de un intelectualismo astuto, sino con el fruto de una
obra de Dios en el corazón; o, si usted desea, con una inspiración de la
historia. ¡Este punto tiene que ser enfatizado! El calvinismo nunca quemó su
incienso sobre el altar de algún genio, no erigió ningún monumento a sus
héroes, apenas los llama con nombre. Solo una piedra en un muro en Ginebra
permanece como recuerdo de Calvino. Su misma tumba es olvidada. ¿Fue esto
ingratitud? De ninguna manera. Pero si Calvino fue apreciado, aun en los siglos
XVI y XVII la impresión estaba viva de que era uno más grande que Calvino, Dios
mismo, quien había hecho allí Su obra. Por tanto, ningún movimiento general en
la vida es tan libre de una concertación deliberada; ninguno tan inconvencional
en su manera de extensión. Simultáneamente, el calvinismo se levantó en todos
los países de Europa Occidental. Y no apareció en estas naciones porque la
Universidad estaba en su vanguardia, ni porque unos eruditos guiaban al pueblo,
ni porque un magistrado se puso a su cabeza; sino se levantó desde los
corazones del pueblo mismo, con tejedores y campesinos, con comerciantes y
siervos, con mujeres y jóvenes; y en cada instante exhibió la misma
característica: una fuerte seguridad de la Salvación eterna, no solo sin la
intervención de la iglesia, sino incluso en oposición contra la iglesia. El
corazón humano había llegado a la paz eterna con su Dios: fortalecido por esta
compañía divina, descubrió su llamado santo y sublime a consagrar cada
departamento de la vida y toda energía a disposición de la gloria de Dios; y
entonces, cuando estos hombres y mujeres que se habían convertido en
participantes de esta vida divina, fueron obligados a abandonar su fe, resultó
imposible que pudieron habido negado a su Señor; y miles y miles fueron
quemados en la hoguera, no quejándose, sino exaltando a Dios, con gratitud en
sus corazones y salmos en sus labios. Calvino no era el autor de esto, sino
Dios quien por medio de Su Santo Espíritu había obrado en Calvino lo que había
obrado en ellos. Calvino no estaba por encima de ellos, sino como un hermano a
su lado, compartiendo con ellos la bendición de Dios. De esta manera, el
calvinismo llegó a su interpretación fundamental de una comunión inmediata con
Dios, no porque Calvino lo hubiera inventado, sino porque en esta comunión
inmediata Dios mismo concedió a nuestros padres un privilegio; y Calvino era
solamente el primero que claramente se dio cuenta de ello. Esta es la gran obra
del Espíritu Santo en la historia, por la cual el calvinismo fue consagrado, y
que nos interpreta su energía maravillosa.
Hay tiempos en la
historia cuando el pulso de la vida religiosa es débil; pero en otros tiempos
su latido es resonante, y esto fue el caso en el siglo XVI en las naciones de
Europa Occidental. El asunto de la fe dominaba cada actividad en la vida
pública. La historia de aquellos tiempos nuevos parte de esta fe, igual como la
historia de nuestros tiempos parte de la incredulidad de la Revolución
Francesa. No podemos decir a qué ley obedece este movimiento de la vida
religiosa, pero es evidente que hay una tal ley, y que en los tiempos de alta
tensión religiosa la obra del Espíritu Santo en los corazones es irresistible;
y esta gran obra interior de Dios fue la experiencia de nuestros calvinistas,
puritanos y padres peregrinos. No sucedió en todos los individuos en el mismo
grado, porque nunca es así en ningún gran movimiento; pero aquellos que
formaron el centro de la vida en aquellos tiempos, que eran los promotores de
este cambio poderoso, ellos experimentaron este poder superior al máximo; y
ellos eran hombres y mujeres de cada clase de la sociedad y de cada
nacionalidad, que por Dios mismo fueron admitidos en la comunión con la
majestad de Su ser eterno. Gracias a esta obra de Dios en el corazón, la
persuasión de que el todo de la vida de un hombre tiene que ser vivido como en
la presencia de Dios, fue la idea fundamental del calvinismo. Por esta idea
decisiva, o mejor dicho por este hecho poderoso, el calvinismo se dejó
controlar en cada departamento de su dominio entero. Es de este pensamiento que
surgió la cosmovisión del calvinismo que abarca todo.
El
calvinismo y la relación del hombre con el hombre
Esto nos lleva a la segunda
condición, con la cual cada movimiento profundo tiene que cumplir para que se
cree una cosmovisión: una interpretación fundamental propia tocante a la
relación del hombre con el hombre. Como estamos frente a Dios es la primera, y
como estamos frente al hombre es la segunda pregunta principal que decide sobre
la tendencia y la construcción de nuestra vida. No hay ninguna uniformidad
entre los hombres, sino una multiformidad infinita. En la creación misma se
estableció la diferencia entre mujer y hombre. Los dones y talentos físicos y
espirituales hacen que cada persona sea diferente de otra. Las generaciones
pasadas y nuestra propia vida personal crean distinciones. La posición social
del rico y del pobre difieren mucho.
Ahora, estas diferencias son
debilitadas o acentuadas de una manera especial por cada cosmovisión
consistente, y el paganismo y el islamismo, el romanismo y el modernismo, y
también el calvinismo, todos han asumido su posición en este asunto de acuerdo
con su principio primordial. Si, como declara el paganismo, Dios mora en la
criatura, entonces se exhibe una superioridad divina en todo lo que es alto
entre los hombres. De allí vienen sus semidioses, la adoración a los héroes, y
finalmente sus sacrificios sobre el altar del Divus Augustus. Por el otro lado,
todo lo que es inferior es considerado como sin Dios, lo que hizo surgir los
sistemas de castas en India y Egipto, y la esclavitud en cualquier otro lugar,
poniendo al hombre en una sujeción bajo su prójimo.
En el islamismo, que sueña de su
paraíso de houries, la sensualidad usurpa una autoridad pública, y la mujer es
la esclava del hombre, igual como el kafir (incrédulo) es el esclavo del
musulmán. El romanismo, teniendo sus raíces en suelo cristiano, supera el
carácter absoluto de la distinción y la vuelve relativa, para interpretar cada
relación del hombre al hombre jerárquicamente. Hay una jerarquía entre los
ángeles de Dios, una jerarquía en la iglesia de Dios, y así también una
jerarquía entre los hombres; lo que lleva a una interpretación enteramente
aristócrata de la vida como incorporación del ideal.
Finalmente, el modernismo, que
niega y aniquila cada diferencia, no puede descansar hasta que haya convertido
a la mujer en hombre y al hombre en mujer, y poniendo toda distinción en un
nivel común, mata la vida al ponerla bajo la proscripción de la uniformidad. Un
solo tipo tiene que responder por todos, un solo uniforme, una sola posición, y
uno y el mismo desarrollo de la vida; y todo lo que vaya más allá y por encima
de ello, es considerado como un insulto de la conciencia común.
De la misma manera, el calvinismo
derivó de su relación fundamental con Dios una interpretación propia de la
relación del hombre con el hombre, y esta es la única relación verdadera que
desde el siglo XVI ha ennoblecida la vida social. Si el calvinismo pone nuestra
entera vida humana inmediatamente ante Dios, entonces sigue que todos, hombres
o mujeres, ricos o pobres, débiles o fuertes, aburridos o talentosos, como
criaturas de Dios y como pecadores perdidos, no tienen ningún derecho de
enseñorearse unos de los otros, y estamos como iguales ante Dios, y en
consecuencia iguales de hombre a hombre. Por tanto, no podemos reconocer
ninguna distinción entre los hombres, aparte de aquellas que han sido impuestas
por Dios mismo, en cuanto Él dio a uno autoridad sobre el otro, o enriqueció a
uno con más talentos que al otro, para que el hombre con más talentos sirva al
que tiene menos, y en él le sirva a su Dios. Por tanto, el calvinismo condena
no solamente toda esclavitud abierta y sistemas de casta, sino también toda
esclavitud encubierta de la mujer y del pobre; es opuesto a toda jerarquía
entre los hombres; no tolera a ninguna aristocracia excepto aquella que sea
capaz, sea en persona o en familia, por la gracia de Dios, de exhibir una
superioridad de carácter o talento, y de demostrar que no reclama esta
superioridad para engrandecerse a sí mismo ni por orgullo ambicioso, sino para
invertirla en el servicio de Dios.
Así tuvo que encontrar el
calvinismo su expresión en la interpretación democrática de la vida; en
proclamar la libertad de las naciones; y en no descansar hasta que tanto
política como socialmente cada persona, simplemente por el hecho de ser humano,
sea reconocida, respetada y tratada como una criatura creada según la semejanza
de Dios. Esto no era un producto de la envidia. No era el hombre de clase baja
que redujo a su superior a su propio nivel para usurpar la posición más alta,
sino que eran todos los hombres arrodillados juntamente a los pies del Santo de
Israel. Por eso, el calvinismo no rompió repentinamente con el pasado. Igual
como el cristianismo en su etapa temprana no abolió la esclavitud, pero la minó
por un juicio moral, así también el calvinismo permitió la continuidad
provisional de las condiciones de jerarquía y aristocracia como tradiciones
pertenecientes a la Edad Media. Guillermo de Orange no fue acusado por ser un
príncipe de linaje real; él fue honrado más por ello. Pero por dentro, el calvinismo
modificó la estructura de la sociedad, no por la envidia entre las clases, ni
por una estima indebida por las posesiones de los ricos, sino por una
interpretación más seria de la vida.
Por medio de un mejor trabajo y un
desarrollo más elevado del carácter, la clase media y trabajadora provocaron la
nobleza y los ciudadanos más pudientes a celos. Primero mirar a Dios, y después
al prójimo, este era el impulso, la mente y la costumbre espiritual que
introdujo el calvinismo. Y desde este santo temor a Dios y esta posición unida
ante el rostro de Dios, una idea democrática más santa se desarrolló, y
continuamente ganó terreno.
Este resultado se consiguió por
nada tanto como por la compañía en el sufrimiento. Cuando, aunque leales a la
fe romana, los duques de Egmont y de Hoorn subieron al mismo patíbulo donde el
trabajador y el tejedor habían sido ejecutados por causa de una fe más noble,
la reconciliación entre las clases recibió su confirmación en esta muerte
amarga. Por sus persecuciones sangrientas, Alva el aristócrata hizo avanzar el
desarrollo del espíritu de la democracia. El haber puesto al hombre en un nivel
de igualdad con el hombre, en lo que se refiere a los intereses puramente
humanos, esta es la gloria inmortal que pertenece al calvinismo.
La diferencia entre ello y el sueño
salvaje de igualdad en la Revolución Francesa consiste en que en París se hizo
una acción concertada contra Dios, mientras aquí todos, ricos y pobres, estaban
en sus rodillas ante Dios, consumidos por un celo común por la gloria de Su
nombre.
El
calvinismo y la relación con el mundo
La tercera relación fundamental que
decide sobre la interpretación de la vida es la relación que tenemos con el
mundo. Como declaramos previamente, hay tres elementos principales con los
cuales estamos en relación: Dios, el hombre, y el mundo. Habiendo revisado la
relación con Dios y con el hombre en la cual nos ubica el calvinismo, nos toca
ahora la tercera y última relación fundamental: nuestra actitud hacia el mundo.
Del paganismo se puede decir que
tiene una estima demasiado alta del mundo, y entonces tanto está atemorizado
por él, como se pierde en él. Por el otro lado, el islamismo tiene una estima
demasiado baja del mundo, se burla de él, y triunfa sobre él al estirarse hacia
el mundo visionario de un paraíso sensual. Para nuestro propósito no
necesitamos decir nada más de ninguno de ellos, porque para la Europa cristiana
y para América, la antítesis entre el hombre y el mundo asumió la forma más
estrecha de una antítesis entre el mundo y los círculos cristianos. Las
tradiciones de la Edad Media dieron origen a esto. Bajo la jerarquía de Roma,
la iglesia y el mundo fueron puestos una encima del otro, la primera como
siendo santificada y el segundo como estando todavía bajo la maldición. Todo lo
que estaba fuera de la iglesia estaba bajo la influencia de los demonios, y el
exorcismo expulsó este poder demoniaco de todo lo que vino bajo la protección,
influencia e inspiración de la iglesia. Por tanto, en un país cristiano, toda
la vida social tenía que ser cubierta por las alas de la iglesia. Los
magistrados tenían que ser ungidos y comprometidos confesionalmente; las artes
y las ciencias tenían que ser puestas bajo el auspicio y la censura
eclesiástica; el comercio tenía que ser atado a la iglesia por los lazos de
corporaciones; y desde la cuna hasta la tumba, la vida familiar tenía que estar
bajo la guardia eclesiástica. Este era un esfuerzo gigantesco de reclamar el
mundo entero para Cristo, pero que trajo necesariamente consigo el juicio más
severo sobre cada tendencia de la vida que se retrajo, sea como herético o como
demoniaco, de la bendición de la iglesia.
Entonces se alistó la hoguera para
la bruja y para el herético igualmente, porque por principio ambos estaban bajo
la misma proscripción. Y esta teoría fatal se practicó con una lógica férrea,
no por crueldad, ni por alguna ambición baja, sino por el propósito exaltado de
salvar al mundo cristianizado, o sea, el mundo bajo la sombra de la iglesia. El
antídoto consistía en escaparse del mundo, en las órdenes monásticas y
clericales, que enfatizaban la santidad en el centro de la iglesia, para pasar
por alto con más ligereza los excesos mundanos afuera. Como resultado natural,
el mundo corrompió la iglesia, y por su dominio sobre el mundo, la iglesia se
convirtió en un obstáculo contra todo desarrollo libre de la vida.
Al aparecer en un estado social
dualista, el calvinismo obró un cambio completo en los pensamientos y
conceptos. Al ubicarse ante el rostro de Dios, no solamente honró al hombre por
ser semejanza de Dios, sino también al mundo por ser creación divina, y puso
adelante el gran principio de que hay una gracia particular que obra la
Salvación, y una gracia común por la cual Dios mantiene la vida del mundo,
relaja la maldición que está sobre él, detiene su proceso de corrupción, y así
permite el desarrollo de nuestra vida para glorificarle a Él como Creador.
Entonces la iglesia se retiró para
no ser nada más ni menos que la congregación de los creyentes, y en cada
departamento de la vida, el mundo no fue emancipado de Dios, pero del dominio
de la iglesia. Entonces la vida doméstica ganó nuevamente su independencia; el
comercio realizó su fuerza en libertad; las artes y ciencias fueron liberadas
de toda atadura eclesiástica y restauradas a sus propias inspiraciones; y el
hombre empezó a entender como un deber sagrado la sujeción de la naturaleza con
sus fuerzas y tesoros escondidos, un deber impuesto por las ordenanzas
originales del paraíso: «Señoread en ellos.» A partir de ahora, la
maldición ya no debía permanecer sobre el mundo en sí, sino sobre lo que es
pecaminoso en él; y en vez de la huida monástica del mundo, se enfatiza ahora
él deber de servir a Dios en el mundo, en cada posición en la vida. Alabar a
Dios en la iglesia y servirle en el mundo fue el impulso inspirador, y en la
iglesia uno adquiere la fuerza para resistir la tentación y el pecado en el mundo.
Así, la sobriedad puritana iba de la mano con la reconquista de la vida entera
en el mundo, y el calvinismo dio el impulso para este nuevo desarrollo que se
atrevió a enfrentar el mundo con el pensamiento romano: “ni humanus a me
alien um puto”, pero sin permitirse a ser intoxicado por su copa venenosa.
Especialmente en su antítesis
contra el anabaptismo, el calvinismo se exhibe en alto relieve. Es que el
anabaptismo adoptó el método opuesto, y en sus esfuerzos de evadir el mundo,
confirmó el punto de partida monástico y lo generalizó y lo convirtió en una
regla para todos los creyentes. No era desde el calvinismo, sino desde este
principio anabaptista, que el acosmismo surgió entre tantos protestantes en
Europa Occidental. De hecho, el anabaptismo adoptó la teoría romana, solo con
esta diferencia: que ubicó el Reino de Dios en el local de la iglesia, y
abandonó la distinción entre los dos estándares morales, uno para el clero y
otro para los laicos. Del resto, el punto de vista anabaptista era: (1) que el
mundo no bautizado estaba bajo la maldición, por lo que se retrajo de todas las
instituciones civiles; y (2) que el círculo de los creyentes bautizados – para
Roma, la iglesia; pero para ellos, el Reino de Dios – estaba obligado a tomar
toda la vida civil bajo su guardia y a remodelarla; y así Juan de Leyden
estableció violentamente su poder sin vergüenza en Münster como el rey de la
Nueva Sión, y sus devotos corrieron desnudos por las calles de Ámsterdam.
Entonces, con las mismas razones
con las cuales el calvinismo rechazó la teoría de Roma en cuanto al mundo,
rechazó la teoría de los anabaptistas, y proclamó que la iglesia tiene que
retirarse nuevamente en su dominio espiritual, y que en el mundo debemos
realizar las potencias de la gracia común de Dios. Así queda demostrado que el
calvinismo tiene un propio punto de partida claramente definido para las tres
relaciones fundamentales de la existencia humana: nuestra relación con Dios,
con el hombre y con el mundo. Para nuestra relación con Dios: una comunión
inmediata del hombre con el Eterno, independientemente de sacerdote o iglesia.
Para la relación del hombre con el hombre: el reconocimiento del valor humano
en cada persona, por ser creado según la semejanza de Dios, y por tanto, de la
igualdad de todos los hombres ante Dios. Y para nuestra relación con el mundo:
el reconocimiento de que en el mundo entero la maldición es restringida por
gracia, que la vida del mundo tiene que ser honrada en su independencia, y que
en cada área tenemos que descubrir los tesoros y desarrollar las potencias que
Dios escondió en la naturaleza y en la vida humana. Esto justifica plenamente
nuestra declaración de que el calvinismo responde debidamente a las tres
condiciones nombradas arriba, y por tanto es incontestablemente autorizado a
asumir su posición al lado del paganismo, islamismo, romanismo y modernismo, y
a reclamar para sí mismo la gloria de poseer un principio bien definido y una
cosmovisión que abarca todo.